La dependienta de la Casa del Libro.



Reconozco que al entrar al Fnac, quizás por el calor, se me había olvidado el título del libro que quería comprar y, sin querer, estaba a punto de transformarme en el típico cliente que intenta explicar algo y, según avanza la conversación, se convierten en un pesado.
Me acerqué al único dependiente que, con gafas negras, estaba sentado delante del ordenador y, como era de esperar, intenté explicar, con mis mejores palabras, el contenido y la portada del libro. A cada palabra que soltaba mi boca, la cara del dependiente se arrugaba como si fuera una pelota de papel. Al terminar mi extraña sinopsis, el joven levanto los hombros y, por un instante, pensé que a éste le daba igual que le hubiera hablado de un libro o como si le hubiera informado que era del Ministerio de Sanidad y que habíamos averiguado que sus padres eran hermanos. Enfadado por no recordar el título y por haberme tropezado con un vago, puse rumbo a la Casa del libro. Al entrar, el aire acondicionado me refresco la cara y, con cierta parsimonia, rodeé las mesas de las novedades literarias en busca del puñetero libro.
Estaba dando vueltas sobre una mesa como si fuera un águila esperando una presa, cuando una voz femenina llamó mi atención.
- ¿Te puedo ayudar en algo? - dijo una atractiva chica.
Por unos segundos, intenté recordar el título como si estuviera en un examen delante del profesor porque no quería parecer un retrasado mental. Al cabo de unos interminables segundos, empecé al soltar un sermón sobre el libro, autores y el boxeo.
- No sé cuál es el libro pero acompáñame y te lo miro.- dijo la dependiente con una sonrisa de anuncio.
La acompañé hasta el ordenador mientras observaba cómo caminaba y , debo confesar, me alegré mucho que su puesto de trabajo estaba cerca porque ya quería comprarle más libros.
La dependienta empezó a buscar libros con referencia al boxeo y, sin dejar de mirar el ordenador, me hacía preguntas mientras su dedo índice señalaba portadas de libros que iban apareciendo en la pantalla de su ordenador. Los dos estábamos delante del ordenador como si fuéramos dos policías intentando identificar a delincuentes entre miles de fotos. A los pocos segundos, reconocí la portada y mi dedo índice se puso al lado del suyo.
La dependiente me informó que lo tenían, me acompañó hasta la estantería y me lo entregó.
- ¿Te puedo ayudar en algo más?.- volvió a preguntarme como si me hubiera visto por primera vez.
- Eres muy amable.-le contesté mientras, con vergüenza, miraba la portada del libro.
Le di las gracias y me fui hasta la puerta donde el aire de acondicionado me despidió y una ola de calor me abofeteó la cara al abrir la puerta.

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