El gran camarero


Ayer por la tarde, mientras esperaba a un ex-compañero, me cayó toda el agua de Valencia. Escondido en un portal, observé cómo cruzaba mi amigo entre dos coches. Mi amigo estaba tan calado que pensé que se había bajado del Titanic.

Después de saludarnos y reírnos el uno del otro, nos fuimos al ver el fútbol a un bar ubicado en un barrio estudiantil. El bar estaba lleno de jóvenes hablando y un olor a humedad me abofeteó la nariz. Nos apoyamos en la barra en busca del camarero y, de paso, observar el ambiente del local. En el mismo instante que tiré una servilleta al suelo, una tremenda mole humana salió de la cocina. Era un auténtico árbol con ojos que agachó la cabeza para no darse con el marco de la puerta. Su caminar era lento y su cara era un jeroglífico. Nada más verle, me recordó al actor que hacía de “Tiburón” en una de las películas de James Bond. A los pocos segundos, su cuerpo estaba delante de nosotros. Su espalda se convirtió en una pared porque debilitó parte de la iluminación de la barra. Levanté la cabeza para mirarle a la cara y mis pupilas se dilataron como si hubieran detectado la oscuridad.

  • ¿Qué vas a tomar? - el camarero hizo un amago de sonrisa.

  • Dos bocadillos -contesté sin dejar de mirarle a los ojos.

  • ¿De qué? - Su boca me enseñó una dentadura imperfecta y afilada.

  • ¿De tortilla? - mi amigo le contestó con una pregunta como si estuviera en un concurso de televisión.

  • ¿De beber? -miró a mi amigo como si pensará comérselo.

  • Pues yo cerveza y y ¿Tú? -me señaló.

  • Fanta de naranja -contesté sin bajar la cabeza y desviar la mirada de sus dientes.

Nos sentamos en una mesa en frente de la pantalla y, por si las moscas, cerca de la puerta de la calle. Al rato, apareció el camarero con los bocadillos. Sus manos eran tan grandes que no se veían ni los platos ni las bebidas

  • Espero que sea una excepción, pero por las noches no hacemos bocadillos. -escupió el camarero.

  • Vaya -contesté asustado.

  • No pasa nada -el camarero, con dificultad, inclinó su cuerpo para apoyar los platos en la mesa- simplemente...por la noche sólo ponemos tapas.

  • No lo sabíamos... pero si quieres cenamos de tapas. -contestó mi amigo.

  • Tranquilos, no pasa nada. Sonrió y se alejo, con paso lento, hacía la barra del bar.

  • Joder -susurré a mi amigo- si luego dice que cada bocata vale mil euros, los pagamos. Yo no me pego con éste ni borracho.

  • Como si nos quiere dar por culo -contestó mi amigo mientras observaba la cerveza.

El camarero se quedó quieto mirando la televisión y su espalda volvió a debilitar la iluminación que tenía a su espalda. Mi amigo y yo empezamos a cenar con un ojo en el fútbol y otro en el camarero. A cada gol que le metían al Madrid, el camarero aplaudía con fuerza mientras enseñaba su afilada dentadura. De sus manos salían sonidos secos y fuertes. Sus aplausos eran como estampar un piano desde un quinto piso.

  • No se te ocurra decir hala Madrid en este local -me susurró mi amigo.

  • Ya sé lo tengo que hacer si quiero morir rápido -murmuré- vengo aquí vestido de madridista.

  • Joder, te mete una hostia que te quita la cabeza.

  • Y el apellido... y el apellido, amigo mío -choqué mi vaso contra el suyo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
jajaja Muy grande el relato de la noche de ayer... Nada más lejos de la realidad!!!
Todavía estoy midiendo visualmente al camarero!!!

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