Adiós amigo.

poyado en el ring como si fuera a pedir una consumición, nos informó sobre su enfermedad y, desde ese mismo momento, empezó su propio combate contra el tiempo y, sobre todo, contra el cáncer. Esa misma tarde, Antonino empezó una pelea que, algunos estábamos convencidos, iba a ganar a la quimioterapia, mientras algunos digeríamos la noticia y le observamos desde el silencio. Mentalmente, como en los viejos tiempos, se puso el bucal e introdujo las manos en sus viejos guantes porque sabía que le espera el más difícil combate de su vida. Los primeros asaltos fueron claras victorias para nuestro amigo porque su fuerza y condición física asombraron a los propios médicos. Durante varios días, sus golpes fueron certeros y supo esquivar, con gran maestría, los primeros síntomas de la quimioterapia. Se puede decir, que los siguientes asaltos fueron muy justos porque la medicación empezó a golpear en sitios que notó como una puñalada. Dolorido y jodido, aún así, su humor y sus ganas de vivir no bajaron su ritmo y sacaba directos al mentón para intentar noquear al cáncer. Al sonar la campana, se lanzaba al centro del ring para combinar sus mejores crochet con los más letales directos. Su entusiasmo se nos contagió como si fuera una gripe y, se puede decir, que enfermábamos de felicidad por verle luchar día a día. Pasaban los minutos y empezó a sacar fuerzas de donde creíamos ya no las tenía y, nuevamente, golpeó con rabia en la cara de su adversario. Lamentablemente, ningunos de esos golpes tumbó a la enfermedad. Cada día era un nuevo asalto y, por eso, se dio cuenta que el tiempo se había convertido en otro enemigo abatir. Nunca bajó la guardia porque sabía que debía ganar aunque fuera por la mínima. Quería ganar el combate aunque fuera injustamente porque se merecía la victoria. En los últimos asaltos, el cansancio empezó a hacer mella en el cuerpo y, sobre todo, en su cara. La enfermedad supo mantener la distancia y sus golpes eran tan certeros que empezó a debilitar a nuestro amigo. Antonino, consciente que podía perder el combate, nunca quitó ojo a los movimientos de su contrincante porque tenía la esperanza de golpear en un despiste y hacerse con la victoria. El reloj que, se había convertido en su nuevo enemigo, seguía contando minutos y, por eso, nunca preguntó por el tiempo. Casi terminando sus últimos asaltos, sus piernas ya no tenían fuerzas y sus golpes eran cada vez, más lentos. Le veíamos luchar con tanta ganas que, aun sabiendo que iba a perder, nos transmitía tanta ilusión que, quizás, uno de sus golpes podría derrotar a la enfermedad.
Lamentablemente, la muerte está tan segura de su victoria que nos da toda una vida de ventaja.
Podemos decir que, muy orgullosos, nuestro querido amigo ha luchado de pie hasta el último segundo de su vida.
Descansa en paz.


















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