El chiguagua.


El café aún quemaba cuando, entre risas, provoqué a mi socio y sus años de artes marciales. Como si fuera un adolescente después de ver una película de Bruce Lee, levanté mi brazo como si fuera una serpiente para lanzar una mordedura mortal en su cara. Noté cómo mis dedos se clavaron en su mejilla y. del impacto, la boca expulsó una pedorreta. Me acababa de convertir en el típico chiguagua que, inconscientemente, molestaba a un gran perro. No recuerdo terminar la frase tú y cuántos más. No recuerdo porqué mi serpiente no esquivó la gran mano de mi socio. No recuerdo cómo llegué a la silla tapado bajo una manta como si hubiera sido rescato de un accidente en plena montaña.

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