Mi última noche como guardia de seguridad.
Mi
última noche
Fue
en la tercera patrulla cuando me di cuenta que las tripas de la
fábrica eran como un gran submarino: húmedo, ruidoso y metálico.
En el techo había grandes tuberías que se cruzaban entre sí y
desaparecían en la oscuridad. A los lados, inmensas neveras
soltaban un zumbido insoportable. La ronda era de un kilómetro de
distancia entre curvas, cuartos oscuros y escaleras metálicas.
- Estamos a mitad del camino y vamos a dejar una piedra delante de esta puerta. –dijo mi compañero con gran acento rumano mientras se ponía en cuclillas.
- ¿Para qué coño ponemos una piedra en mitad del camino? –pregunté enfocando con la linterna la mano de mi compañero.
- Si en la próxima ronda vemos que la piedra se ha movido –mi compañero se incorporó- sabremos que ha entrado gente.
- No jodas ¿Entran por la noche?
- Bueno... en ocasiones se nos cuelan para robar algo.
- Pues lo primero que debemos hacer… es salir corriendo hacia el coche y llamar a la guardia civil.- mi compañero abrió la puerta del cuarto oscuro.
Mi
compañero era rumano y tenía la virtud de cambiar el tono de su
acento como si fuera un ventrílocuo pero , en ocasiones, no entendía
nada de lo que me explicaba. Tenía el pelo blanco, mediana estatura
y compresión fuerte. Bajamos y subimos escaleras, abrimos y cerramos
puertas y, sobre todo, alumbrábamos todos los pasillos y palés para
buscar posibles polizones. El viento se colaba por las ventanas rotas
y provocaba el tintineo de las cadenas en las máquinas de
producción.
- En esta puerta hay cobre.- dijo con firmeza como, si detrás de la puerta oxidada por el tiempo, estuviera la tumba de Tuntakamón. Se inclinó para comprobar que el candado estaba en perfecto estado.
- Muy bien – exclamé mientras intentaba ocultar el miedo al oír la palabra “cobre”.Caminamos unos diez minutos entre hierros, ventanas rotas y sombras dudosas. Tuve la sensación que el viento había detectado mi miedo porque empezó a golpear, con fuerza, las grandes puertas metálicas de la fábrica. Las puertas se movían como si un ejército de mil soldados las golpearan al unísono.- Ya hemos llegado al final de la ronda. Ahora salimos a la calle y hacemos la ronda en coche. –su acento se marcó tanto que pensé que me había hablado en su idioma.
- ¡Joder! Qué viento hace.- dije mientras encogía el cuello como una tortuga.
- Ya lo creo, te has fijado cómo ha empezado a pegar en las puertas.
El
coche era viejo y el interior bastante descuidado. Al ponerlo en
marcha, el coche empezó a moverse y vibrar como si fuera un avión
militar. Antes de llegar a la primera curva, mi compañero empezó a
tocar el claxon como si fuera un soldado disparando con una
metralleta.
- ¿Sabes por qué pito? –me preguntó con acento más suave.
- Pues no lo sé.-contesté mirando por mi ventanilla.
- Porque así… ahuyentamos a los que están pensando en saltar las vallas.
Al
oír sus palabras empecé a mirar, con ansiedad, por la ventanilla.
Mientras mi compañero tocaba el claxon como un hooligan, pensé en
las únicas armas que gozábamos: dos linternas y la bocina de un
coche. Me quedé más tranquilo cuando analicé que, quizás,
podíamos dejar ciegos y sordos a la mafia del cobre.
Mi
compañero paró el coche delante de la entrada y me hizo un gesto
para que saliéramos al exterior.
- Otra cosa -se encendió un cigarro- si llaman a la puerta y te dicen que es el chatarrero o quién sea... no le abras sino te han dejado una nota el jefe.
- De acuerdo.- iluminé la gran puerta metálica de la entrada.
Al
terminar la ronda, el reloj marcaba las 22:46 y, por suerte, no
habíamos visto malhechores. Dentro de nuestra garita, me senté y
puse las manos en un radiador tan viejo como el coche.
- Bueno… ya son las 23 horas. Debemos empezar una nueva ronda. Recuerda que mañana estás solo y acuérdate de todo. -se golpeó la cabeza con la mano diestra.
- Claro...vamos a por la siguiente patrulla.-contesté mientras notaba que la ilusión se me escapaba por la boca.
- Lo bueno de este trabajo… es que no tenemos tiempo para dormirnos –mi compañero empezó a reír muy bajito como si temiera despertar una máquina.
Una
vez más, armados con una linterna, nos metimos entre pasillos,
máquinas y cuartos oscuros en busca bandas armadas.
Fue
en la quinta patrulla cuando me di cuenta que quería dejar este
trabajo.
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Recuerdos y abrazosssssss