ONCE kilómetros diarios.

Inspirada en hechos reales.

Era casi imposible trabajar porque una ola de calor cubría la ciudad de Madrid. No llevaba mucho tiempo trabajando en el parque de la Warner, pero ya me movía con soltura dentro de los disfraces y delante del público. Recuerdo que cuando sonó el móvil eran las dos menos cuarto porque acababa de finalizar mi pase como el osito Bubu. Con bastante disimulo me salí de la habitación de descanso y comprobé que, no me sonaba de nada, el teléfono que salía en pantalla.
- ¿Dígame? Pregunté mirando si algún compañero estaba cerca.
- ¿Eres Carlos Miralles? –preguntó una mujer.
Después de afirmarle que era la persona que buscaba, ella se identificó como la directora de recursos humanos de la ONCE. Durante cinco minutos me estuvo preguntado sobre mi problema en el riñón y, sobre todo, por mi minusvalía renal.
- Lo cierto es que te llamo para ofrecerte un puesto de trabajo. No obstante, debo preguntar si puedes caminar mucho tiempo.
- ¿Caminar? –pregunté bastante asombrado mientras miraba mi disfraz que estaba colgando en una percha.
- Quiero saber si puedes caminar mucho tiempo seguido porque el puesto lo requiere.
- Bueno –titubeé- se puede decir que hago mucho deporte. Además, actualmente trabajo en la Warner y te puedo asegurar que ando bastante.
- Me alegro que estés trabajando –su tono de voz era seco- pero perdona que insista… es que quiero saber si puede caminar durante mucho tiempo.
- ¿A qué le llama tiempo? –le contesté mientras observaba cómo un compañero se ponía el disfraz del Demonio de Tasmania.
- Una mañana entera.-contestó con cierta desdén.
- Perdona que te pregunte yo –cada vez estaba más intrigado- para qué es el puesto.
- Para vender cupones.-la frase sonó como si la hubiera tirado desde un quinto piso.
- ¿Es que tengo que vender cupones por el camino de Santiago? –pregunté con tono divertido mientras el Demonio de Tasmania se subía a un coche con varios compañeros.
Mi chiste no hizo nada de gracia porque durante cinco segundos, bastante largos, no escuché ni risas ni una simple contestación.
- No, tan solo debe andar toda la mañana vendiendo cupones. Si te parece bien te pongo en el proceso de selección.- me dijo en un tono como si hubieras cortado nuestra relación amorosa.
- De acuerdo.- mi tonalidad graciosa se había esfumado por completo.
- Entonces le deseo mucha suerte.-me dijo la mujer recuperando el tono distante.
Al unísono colgamos los teléfonos, me quedé pensando en la oferta de trabajo y mi imaginación se puso en marcha. Mi mente se desplazó al día en el que, con mucho sacrifico, había terminado de vender varias series de cupones y caminar sin parar. La noche se tragó la luz de la tarde con cierta rapidez y, casi sin avisar, las nubes empezaron a soltar litros de agua encima de mi tienda de campaña. Dentro de la tienda, agachado, intentaba encender el hornillo para prepararme un café caliente. La tormenta golpeaba la lona con fuerza y, por un momento, pensé que eran mil tíos armados con palos aporreando el techo de la tienda. El agua hirvió con cierta rapidez, me serví el café y, cogí el walkie, llamé a base.
- Lobo solitario a base…cambio. ¡¡¡Grzzz!!! (onomatopeya de radio de campaña).
- ¡¡¡Grrzzzz!!! Aquí base... adelante... Lobo solitario ¡¡¡Grzzzz!!!
- Hoy he andado bastante y casi no me quedan cupones. ¿Puedo volver? Cambio ¡¡¡Grzzzzz!!!
- Negativo... lobo solitario. Aún tiene que andar mucho más. Cambio ¡¡¡Grzzzz!!!
- ¿Cuánto más? Cambio ¡¡¡Grzzzzz!!!
Esperé la contestación mientras terminaba el café. La lluvia había bajado la intensidad pero aún se podía escuchar cómo los tíos armados con palos pegaban encima de la lona.
- Lobo solitario –la voz que salía del walkie me puso en alerta- mañana debes ir a Rogelio de los Frailes y vender ¡¡¡Grzzz!!!
- Repito, no tengo casi cupones. Cambio ¡¡¡Grzzzz!!!
- No importa, lobo solitario, recuerda nuestro lema: caminar, vender y morir. Buena suerte. Cambio y corto. ¡¡¡Grzzzz!!!
Al oír el lema de la empresa, me levanté la manga de la camisa y destapé el tatuaje que tenía grabado en el antebrazo. Cuando entras a trabajar en la empresa, te tatúan el logo como si fueras una vaca; la silueta de una persona caminando con un bastón. Encima del caminante con bastón tenía tatuadas las palabras; caminar, vender y morir. Me tumbé en el saco de dormir y me quedé roque mirando el tatuaje. A la mañana siguiente, la lluvia dejó paso al sol y pude desmontar, con cierta rapidez, el campamento. Después de un café y una galleta húmeda, puse rumbo a mi destino. No tardé mucho en llegar porque me había acostumbrado a recorrer muchos kilómetros en poco tiempo. Rogelio de los Frailes no era nada feo, por lo menos la entrada del pueblo. Todo tenía un color muy verde como si en medio de una ensalada hubiera crecido un gran pueblo. Me estaba fijando en una casa cubierta de enredaderas cuando una multitud se abalanzó sobre mí. La gente empezó a pedir boletos como si no existiera el mañana. Aproveché un hueco entre el público para esconderme en una casa que parecía abandona y, con bastantes nervios, pude bloquear la puerta con unas maderas carcomidas.
- Lobo solitario a base. Necesito refuerzos. Me están quitando todo de las manos. Cambio. ¡¡¡Grzzz!!!
- Negativo...lobo solitario. Debes aguantar. Recuerda el lema; caminar, vender y morir. Cambio. ¡¡¡Grzzz!!!
- Me cago en el lema. Joder que han tirado las putas maderas. Mandad a alguien. Hostias. ¡¡¡Grzzz!!!
- ¿Lobo solitario? ¡¡¡Grzzzz!!! contesta. ¿Lobo solitario? ¡¡¡Grzzzz!!! contesta ¡¡¡Grzzzz!!!
Mi entierro fue bastante triste. No hubo mucha gente porque ese día jugaba España y porque caía como el culo en la empresa. La once había mandado a unos jóvenes para que portaran mi féretro hasta la incineradora. Al llegar a la puerta, los muchachos bajaron el féretro, apoyaron mi ataúd en una camilla y se dieron la vuelta en el mismo instante en el que unos operarios me llevaban al horno. Uno de ellos, se dio la vuelta y gritó ¡¡¡Me queda el trece!!!
Todos empezaron a reír y se alejaron sin mirar atrás.

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