Entrevista con la editorial Everest


Ayer tuve mi entrevista con la consultora que buscan un comercial para la editorial Everest.

A las cinco de la tarde estaba citado en un céntrico hotel de Valencia. Al llegar al hall, pregunté en recepción por la empresa. Una joven me indicó que estaban entrevistando en el salón Valencia que estaba en la séptima planta. Para ello, debía coger el ascensor que tenía a mi espalda.

Salí del ascensor y me crucé con la chica de la limpieza que empujaba un carro cargado de mantas y productos de limpieza.

  • Por favor ¿Podrías decirme dónde está el salón Valencia? -pregunté mientras observaba los rasgos de la mujer.

  • Le acompaño -soltó el carro al mismo tiempo que me regaló una sonrisa.

Con cierta alegría, seguí a la mujer hasta la puerta del salón. Le di las gracias y miré el reloj. Eran las cinco en punto. Mis nudillos estaban a punto de llamar a la puerta cuando comprobé que no estaba bien cerrada. La puerta estaba entornada y una diminuta luz se filtraba entre las hojas. También pude escuchar una conversación entre una mujer y un hombre. Me quedé quieto, acerqué la oreja para intentar descifrar de qué iba la conversación. A los pocos segundos, me puse nervioso y me alejé de la puerta temiendo ser descubierto. Esa sensación me recordó al colegio. Solía pasar por el despacho de profesores para pegar la oreja en la puerta porque estaba convencido que, algún día, se le escaparían las preguntas de los exámenes. Volví a mirar el reloj y pasaban diez minutos de las cinco de la tarde. Decidí pasear por el hall para matar el tiempo y, de paso, buscar a la limpiadora. Su belleza me había impresionado. No la encontré y decidí volver a la puerta. Nada más llegar, se abrió la puerta y una mujer despedía a un hombre de mi misma edad.

  • Si no le importa. Ahora rellene este test en el hall que tiene aquí al lado y me lo entrega cuando esté terminado- dijo la mujer mientras le entregaba un documento al candidato.

El hombre se alejó dejándonos cara a cara.

  • Y ¿Usted es...? la mujer me preguntó sujetando la puerta con una mano.

  • Miralles. -contesté.

  • Ah... claro... por favor, pasé.-nos dimos la mano.

Estuvimos una hora hablándonos de usted y, sobre todo, sobre mí. Sesenta minutos hablado de mi manera de pensar, de mis estudios, de las ventas, de libros, de mi etapa como comercial y de mi etapa como promotor musical. Me informó que si pasaba la entrevista, habría una segunda entrevista pero no sabría decirme el día. Me estaba explicando que tenía que rellenar un test psicotécnico cuando llamaron a la puerta.

  • Por favor, me perdona -la consultora se levantó para abrir la puerta.

  • Tengo una cita para una entrevista -dijo un hombre con traje gris.

  • Si no le importa, espere en el hall que ahora mismo le llamo- la mujer cerró la puerta.

La consultora me entregó el test y nos volvimos a dar la mano. Al llegar al hall, me encontré con la persona que acababa de llamar a la puerta. Estaba de pie mirando el suelo.

  • Perdona... creo que te están esperando -le dije mientras señalaba la puerta donde hacían las entrevistas.

Levantó la cabeza y me dio las gracias. Detecté que sus palabras estaban cargadas de timidez. Al pasar por mi lado, comprobé que me sacaba una cabeza y su cuerpo estaba demasiado encorvado. Tuve la sensación que su chaqueta tapaba una chepa. Me quité la chaqueta y me senté en el sofá, A mi lado tenía al candidato había espiado en su conversación con la consultora.

  • ¿Qué tal te ha ido la entrevista? -me preguntó mientras hacía su test.

  • Pues no sé qué decirte -contesté con mucha educación.

  • Pues yo ya he terminado el test -se levantó del sofá y se marchó hacia la puerta.

  • Pues yo voy a empezar a hacerlo -abrí la primera hoja.

El test constaba de ciento ochenta preguntas y debía contestar verdadero o falso.. Eran las típicas preguntas para descubrir si te comes las uñas o te da por subir a una azotea, con rifle en mano, para disparar a todo ser viviente. La primera pregunta era sobre si me enfadaba con facilidad.

Estaba leyendo la segunda pregunta cuando volví a ver a la persona que había espiado. Mientras esperaba el ascensor nos intercambiamos una sonrisa y nos deseamos suerte. No había llegado a la tercera pregunta cuando la persona tímida, con posible chepa, se plantó en el hall. Dejé de leer para observarle con más tranquilidad. Me había despertado curiosidad. No me miró. No me dijo nada.

El silencio se convirtió en el rey del hall. No sé oía ni el motor del ascensor. Esperó al ascensor mientras su mirada la ponía en la alfombra. No subió la cabeza en ningún momento, como si le hubieran regañado por haber hecho algo malo. Llegó el ascensor y se lo tragó. No le conocía de nada, pero una sensación de pena me invadió el cuerpo. Dejé el test, eché la cabeza hacia atrás y pensé en qué habría fallado esa persona. Quizás hubiera mentido en el currículum. Quizás la posible chepa hubiera sido un problema para vender libros. Después de hacerme algunas preguntas absurdas sobre la vida y las entrevistas, volví a responder las preguntas del test. Me estaba levantando cuando del ascensor salió un hombre trajeado.

  • ¿Sabes dónde están haciendo entrevistas? -me preguntó.

  • Claro, es ahí -señalé la puerta.

  • Gracias -me contestó.

  • Suerte -le dije.

No tuve respuesta. No me importó. Esperé a que entrara. Me acerqué hasta la puerta que, en esta ocasión, estaba bien cerrada. Llamé, entregué el documento y me despedí de la mujer. Me fui hasta el hall pensando qué sería de la mujer de la limpieza.

Llamé al ascensor y lo esperé con la cabeza mirando al suelo.


Ayer tuve mi entrevista con la consultora que buscan un comercial para la editorial Everest.

A las cinco de la tarde estaba citado en un céntrico hotel de Valencia. Al llegar al hall, pregunté en recepción por la empresa. Una joven me indicó que estaban entrevistando en el salón Valencia ubicado en la séptima planta. Para ello, debía coger el ascensor que tenía a mi espalda.

Salí del ascensor y me crucé con una mujer de la limpieza que empujaba un carro cargado de mantas y productos de limpieza.

- Por favor ¿Podrías decirme dónde está el salón Valencia? -pregunté mientras observaba los rasgos de la mujer.

- Le acompaño -soltó el carro al mismo tiempo que me regaló una sonrisa.

Con cierta alegría, seguí a la mujer hasta la puerta del salón. Le di las gracias y miré el reloj. Eran las cinco en punto. Mis nudillos estaban a punto de llamar a la puerta cuando comprobé que no estaba bien cerrada. La puerta estaba entornada y una diminuta luz se filtraba entre las hojas. También pude escuchar una conversación entre una mujer y un hombre. Me quedé quieto, acerqué la oreja para intentar descifrar de qué iba la conversación. A los pocos segundos, me puse nervioso y me alejé de la puerta temiendo ser descubierto. Esa sensación me recordó al colegio. Solía pasar por el despacho de profesores para pegar la oreja en la puerta porque estaba convencido que, algún día, se le escaparían las preguntas de los exámenes. Volví a mirar el reloj y pasaban diez minutos de las cinco de la tarde. Decidí pasear por el hall para matar el tiempo y, de paso, buscar a la limpiadora. Su belleza me había impresionado. No la encontré y decidí volver a la puerta. Nada más llegar, se abrió la puerta y una mujer despedía a un hombre de mi misma edad.

- Si no le importa. Ahora rellene este test en el hall que tiene aquí al lado y me lo entrega cuando esté terminado- dijo la mujer mientras le entregaba un documento al candidato.

El hombre se alejó dejándonos cara a cara.

- Y ¿Usted es...? la mujer me preguntó sujetando la puerta con una mano.

- Miralles. -contesté.

- Ah... claro... por favor, pasé.-nos dimos la mano.

Durante una hora nos hablamos de usted y, sobre todo, sobre mí. Sesenta minutos hablado de mi manera de pensar, de mis estudios, de las ventas, de libros, de mi etapa como comercial y de mi etapa como promotor musical. Me informó que si pasaba la entrevista, habría una segunda entrevista pero no sabría decirme el día. Me estaba explicando que tenía que rellenar un test psicotécnico cuando llamaron a la puerta.

- Por favor, me perdona -la consultora se levantó para abrir la puerta.

- Tengo una cita para una entrevista -dijo un hombre con traje gris.

- Si no le importa, espere en el hall que ahora mismo le llamo- la mujer cerró la puerta.

La consultora me entregó el test y nos volvimos a dar la mano. Al llegar al hall, me encontré con la persona de traje gris. Estaba de pie, mirando el suelo.

- Perdona... creo que te están esperando -le dije mientras señalaba la puerta donde hacían las entrevistas.

Levantó la cabeza y me dio las gracias. Detecté que sus palabras estaban cargadas de timidez. Al pasar por mi lado, comprobé que me sacaba una cabeza y su cuerpo estaba demasiado encorvado. Tuve la sensación que su chaqueta tapaba una chepa. Me quité la americana y me senté en el sofá. A mi lado tenía al candidato que había espiado en su conversación con la consultora.

- ¿Qué tal te ha ido la entrevista? -me preguntó mientras hacía su test.

- Pues no sé qué decirte -contesté con mucha educación.

- Pues yo ya he terminado el test -se levantó del sofá y se marchó hacia la puerta.

- Pues yo voy a empezar a hacerlo -abrí la primera hoja y me quedé solo.

El test constaba de ciento ochenta preguntas y debía contestar verdadero o falso. Eran las típicas preguntas para descubrir si te comes las uñas o te da por subir a una azotea, con rifle en mano, para disparar a todo ser viviente. La primera pregunta era sobre si me enfadaba con facilidad.

Estaba leyendo la segunda pregunta cuando volví a ver a la persona que había espiado. Mientras esperaba el ascensor nos intercambiamos una sonrisa y nos deseamos suerte. No había llegado a la tercera pregunta, cuando la persona tímida y cuerpo encorvado se plantó en el hall. Dejé de leer para observarle con más tranquilidad. Me había despertado curiosidad. No me miró. No me dijo nada. El silencio se convirtió en el rey del hall. No sé oía ni el motor del ascensor. Mientras esperaba al ascensor, su mirada la tenía fija en la alfombra. No subió la cabeza en ningún momento, como si le hubieran regañado por haber hecho algo malo. Llegó el ascensor y se lo tragó. No le conocía de nada, pero una sensación de pena me invadió el cuerpo. Dejé el test, eché la cabeza hacia atrás y pensé en qué habría fallado esa persona. Quizás hubiera mentido en el currículum. Quizás la posible chepa hubiera sido un problema para vender libros. Después de hacerme algunas preguntas absurdas sobre la vida y las entrevistas, volví a responder las preguntas del test. Me estaba levantando cuando del ascensor salió un hombre trajeado.

- ¿Sabes dónde están haciendo entrevistas? -me preguntó.

- Claro, es ahí -señalé la puerta.

- Gracias -me contestó.

- Suerte -le animé.

No tuve respuesta. No me importó. Esperé a que entrara. Me acerqué hasta la puerta que, en esta ocasión, estaba bien cerrada. Llamé, entregué el documento y me despedí de la mujer. Me fui hasta el hall pensando qué sería de la mujer de la limpieza.

Llamé al ascensor y esperé con la cabeza mirando al suelo. Con la mirada puesta en la alfombra.

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