La Santa Muerte

Hace un año que escribí esta historia basada en hechos reales. Hoy quiero hacer un homenaje a mi amigo Nico porque lo está pasando mal. Además, otro homenaje a Susana por creer en el proyecto y ser la diseñadora del logo y creado del nombre. También por creerme en mí durante mucho tiempo.

Como he dicho, todo lo que voy a contar está basado en hechos reales. Aunque te parezca extenso, merece la pena que te leas lo que estoy a punto de relatarte.

Hace muchos años, conocí en Madrid a un mejicano llamado Nico. Era un abogado boxeador amateur con el que hacía guantes de vez en cuando.

Un día me llamó para contarme que dejaba el bufete donde trabajaba para meterse de lleno en un restaurante mejicano. Quería aprender los secretos de la restauración porque su ilusión era montar en un futuro un restaurante propio, así que estaba dispuesto a dejarse los huevos entre platos y comensales con tal de adquirir experiencia en el negocio. Su idea no me pareció tan descabellada.

Como muchos sabréis, hace tres años que vivo en Valencia. La crisis y la mala suerte en la búsqueda de trabajo me persiguen, así que de repente sin saber por qué, me vino a la cabeza mi amigo Nico y le envié un sms:

-q tal t va? ya tienes tu restaurante? bss

A lo que me contestó en el momento:

-t atreves a montar 1 en valencia?

Alucinado, le llamé y hablamos. Me confesó que ya había conseguido la suficiente experiencia para poner su restaurante y que incluso tenía un inversor mexicano, un cliente que conoció una noche que quería invertir en España.

- ¿Me estás diciendo que conoces a un tío en una sola noche y que te va a dar todo el dinero para montar el restaurante? –pregunté aún sabiendo que mi ironía le podría molestar.

- Claro güey -soltó una carcajada sarcástica- es un constructor que quiere invertir en España.

- Alucino, ¿no será un narco?

- No güey, es un buen tipejo. Hazme caso. Tengo buenas vibraciones y me da buena onda.

Me asustaban las vibraciones de mi amigo y sus ondas, pero sus palabras estaban cargadas de confianza.

Habían pasado unos quinces días desde aquella conversación que no podía quitarme de la cabeza, cuando volvió a llamarme Nico para decirme que se venía a vivir a Valencia para montar aquí su negocio. Quería contar conmigo y que yo fuera su brazo derecho.

Ese gesto me asombró y empecé a pensar que la cosa iba en serio, aunque me preocupaba si realmente mi amigo podría conseguir el dinero.

Nico informó a su posible socio que ya estaba en Valencia y que tenía una persona de confianza (yo). El empresario le contestó que quería conocer el proyecto, la ciudad y a mí. El mes de septiembre recibí una nueva llamada.

- Charlie, el jefe viene la semana que viene con su mujer.-Nico hablaba con fuerza, como si le hubiera tocado la primitiva.

- No me jodas. ¿En serio que vienen? –mi amigo detectó que titubeaba.

- Sí, pendejo, te dije que era un tío de puta madre y tenía buenas vibraciones. Hay que ir a por ellos a Madrid y, de paso, preparar un tour por Valencia.

Colgué el teléfono y pensé "-Será cabrón el mejicano. Conoce a un menda en una puta noche, le da millones para un negocio y yo repartiendo CV como un gilipollas".

Durante una semana estudiamos todos los movimientos: tour turístico por Valencia y presentación del proyecto. Ah, y Nico no paró de asesorarme sobre el uso de algunas palabras españolas que un mexicano podría malentender: -Coger, es follar, no lo olvides.

El buen tiempo nos acompañó el día que fuimos a buscarlos al aeropuerto de Barajas. Entre la multitud, delante de la puerta H, Nico me dio un codazo para avisarme que había divisado al matrimonio tirando de dos grandes maletas. Al ver al empresario me quedé más tranquilo. No sé por qué me lo había imagino como el malo de las películas de Tarantino. Don Antonio tenía la tez morena curtida por el sol y era de estatura media. Su larga nariz sujetaba unas gafas graduadas que acentuaban su cara de indígena. Su ropa de sport marcaba un cuerpo fibroso. Su mujer era de piel clara, ojos color miel, bajita aunque intentaba disimularlo con unos altos tacones.

Les estreché la mano una vez que Nico hizo las presentaciones de rigor diciendo que yo era Charlie Miralles, su persona de confianza. Nos dirigimos al parking y nos subimos en mi coche rumbo a Valencia. Durante el trayecto, hablamos de España y Valencia, y de México y los narcos...

- Sabes una cosa, Carlitos (no sé por qué me llamó Carlitos si me presenté como Charlie) a mí los narcos no me molestan. ¿Sabes por qué? –su cuerpo se había despegado del respaldo como si quisiera hablarme en el oído.

- No, no lo sé.- Le miré por el retrovisor del interior del coche.

- Pues porque yo no hago nada. No molesto a nadie. Ellos matan y yo voy por mi camino. Así funciono. ¿Entiendes lo que te quiero decir? –se echó hacia atrás como si le hubieran pegado un tiro.

- Claro –no dejé de mirarlo por el retrovisor. No tenía ni idea qué quiso decirme.

Ese mismo día, les llevamos al hotel y quedamos más tarde para enseñarles los encantos de Valencia. Nico y yo habíamos acordado no hablar de momento del proyecto y convertirnos para ellos en guías turísticas. El segundo día, seguimos enseñando la ciudad y, como era lógico, tuvimos que hacer parada en uno de los chiringuitos de la playa de la Malvarosa por ser una de las zonas más turísticas. Sentados mirando al mar, la misión de entretenerles y distraerles estaba servida: yo contaba anécdotas de cuando estuve en México con Miguel Bosé, al que acompañé en una gira que hizo por ese país. Allí, un día en el que tuve que ir a dejar unos discos a una sala en la que actuaría Bosé, me acerqué a una parada de taxis y me encontré con dos de ellos apoyados en un árbol que hablaban sin mirarme. Delante de los coches, dudé cuál de los dos era el conductor del primer taxi aparcado y por eso me decidí a preguntar a quién cogía. Uno de los taxistas agarró del brazo a su compañero y, muerto de la risa, lo puso delante de mí mientras gritaba "coge a éste" (fóllate a éste). Isabel, la mujer de Don Antonio, se reía tapándose la boca como si fuera una tímida geisha. En cambio él lo hacía con la boca abierta, como si fuera una ballena ingiriendo una tonelada de plancton. Después de cerrar la boca se quitaba las gafas para limpiarse las lágrimas de los ojos. El camarero se alejó después de dejarnos una nueva ronda de cervezas. Don Antonio entonces, aprovechó la ocasión para contarnos cómo se hizo multimillonario. Empezó, a muy temprana edad, su incursión en mundo laboral vendiendo chicles en una plaza de México DF.

Un día, conoció a un señor que le cambió el rumbo de su vida. Don Gabriel Gutiérrez, constructor respetado y de renombre, confió mucho en el joven vendedor de chicles y, comenzó a darle trabajo como albañil. Don Antonio empezó a conocer el sector del ladrillo de cabo a rabo. Trabajó con dureza y poco a poco se fue haciendo un hueco entre los mejores constructores de su país. El mismo día que vino su primer hijo a este mundo, ‘empezó a caerle el dinero del techo’, según sus palabras textuales. La leyenda del vendedor de chicles fue repetida una y mil veces por Don Antonio durante su estancia en Valencia. Doña Isabel, su mujer, siempre asentía con la cabeza y repetía la última palabra de cada frase pronunciada por su marido. Me producía cierto temor su distanciamiento y su falta de opinión en todo lo que estaba aconteciendo.

Ese día por la noche, decidimos entrar en una céntrica cervecería de la Plaza Mayor. La cerveza, las tapas y las risas iban de la mano. A los pocos minutos, nuestra mesa soportaba varios vasos vacíos con espuma de cerveza deslizándose por el cristal. Las migas de pan habían formado diminutas dunas que absorbían los cercos de los vasos. No recuerdo cuántas cervezas llevábamos cuando el empresario empezó a hacernos preguntas sobre el proyecto. Yo observaba a Doña Isabel mientras mi colega daba respuestas a la curiosidad de Don Antonio. Ella bebía pequeños sorbos con talante serio y, de reojo, miraba a su marido como si analizara cada palabra que salía de sus labios. Nico estaba explicando las ventajas de invertir en el proyecto, cuando la mujer dejó suavemente el vaso sobre la mesa.

- Les voy a confesar una cosa –sus palabras provocaron un silencio que se podía palpar con la mano- Yo no quería venir. No me fiaba de ustedes. Y se lo digo frente a frente. España está muy lejos y a mi marido le han timado en varias ocasiones mucho dinero. Quiero que entiendan que tengo una familia y aún no confío en ustedes.

Estaba convencido que fue la cerveza la que provocó que esas palabras salieran de su boca y se clavaron en mi orgullo como dardos en una diana. Decidí interrumpirla. Tranquilamente les expliqué que probablemente tendríamos muchos defectos pero que no estaba hablando ni con trileros ni con ladrones.

- Sinceramente, se lo digo de corazón, –mi voz escupía seriedad- no sé qué hacen aquí. Yo no hubiera cruzado el charco, me hubiera metido en un coche con dos tíos que no conozco pero… aquí estamos. Subrayo que no nos dedicamos al robo. Es más, le diré algo que siempre digo a mis amigos, ni quiero ni me gusta hacer perder el tiempo.

El empresario apuró su cerveza y, con un golpe seco, apoyó el vaso chafando una de las dunas de migas de pan. Acomodó su cuerpo en el taburete y apoyó sus curtidas manos sobre sus rodillas, como si quisiera impulsarse para saltar contra mí.

- Carlitos, me ha gustado lo que has dicho pero quiero que sepas que soy un hombre de palabra. Di mi palabra a este señor –depositó su mano en el hombro de mi amigo- y quiero ayudarles. Es verdad que no les conozco de nada –su acento mejicano se había acentuado- y he hablado mucho con mi mujer. Quizás me puedan robar… pero ¿sabes qué pasaría?

- No, no lo sé –mascullé, agachando la cabeza, para no notar su mirada.

- Pues que te defraudarías a ti mismo y fracasarías. A mí me dieron una oportunidad y yo ahora les quiero dar una a vosotros. Nico ¿Sabes qué es para mí este proyecto?

La pregunta, cargada de veneno, me animó a levantar la cabeza mientras jugaba con una miga de pan. Observé a mi colega como un aficionado aguanta la respiración en el lanzamiento de un penalty.

- No lo sé. –Nico se tocó la perilla como si fuera un general esperando a ser fusilado.

- Para mí este proyecto es un grano en el culo. Yo soy rico en mi país y ustedes están muy lejos… pero no olviden que soy un hombre de palabra. Estoy convencido que sois hombres de fiar y que me harán caso.

Después de ese mensaje los llevé al hotel porque al día siguiente los había citado en mi casa para hacer la presentación del proyecto con degustación de algunos de los platos que ofreceríamos en el restaurante. Para su elaboración, contábamos con la experiencia de un amigo mejicano de Nico y gran cocinero. Nuestro cocinero vino esa misma tarde desde Barcelona mientras nosotros comíamos tapas. El chef salió a dar una vuelta y, en un bar de copas, conoció a una francesa. Su mente se inundó de semen y anuló sus ideas. Se dejó llevar por el aroma de la cerveza y la lujuria de la bella Francia.

A la mañana siguiente, cuando me disponía a recoger al cocinero y a mi colega, recibí una llamada al móvil.

- Charlie, tenemos un problema. –la voz de Nico transmitía preocupación.

- ¿Cuál? ¿Se han ido los mejicanos?

- No, que va… el cocinero no ha dormido nada y está un poquito perjudicado.

- Joder, Nico –por unos segundos pasó toda mi vida por delante de mí- Don Antonio nos va a pegar un tiro.

- Aún no vamos a morir. Lo tengo todo controlado. Ven a por Jacinto, que se dé una ducha en tu casa, y mientras él empieza a preparar la comida, vienes a por nosotros.

Juro que pensé muchas cosas como descuartizar al cocinero pero mantuve la calma. Me llevé al cocinero a casa y, tras una ducha, salió como nuevo.

- Tranquilo, Charlie, ya te puedes ir. Los voy a dejar acojonados con la comida- cogió un cuchillo con tanta seguridad que decidí dejarlo sólo entre los vegetales.

Fui a por los invitados y en casa presentamos al cocinero que afortunadamente no manifestaba ninguna alteración mental.

Asentados en la terraza, fui a por una ronda de cervezas.

- Caballeros, me disculpan. Voy a por bebida- me puse de pie y me dirigí a la cocina. Seguía temiendo que Jacinto no estuviera al cien por cien de sus facultades.

Entré en la cocina y nuestro amigo estaba ensimismado en su trabajo. Su cuchillo cortaba con destreza diminutos trozos de pimiento verde.

- ¿Estás bien? –abrí la nevera.

- Claro, güey. Ya verás como todo sale de puta madre.

- Me alegro – dejé las latas encima de la encimera- tú sigue en la cocina e intenta hablar poco ¿ok? A ver si te van a delatar los ojos rojos y metes la pata.

- Tranki, colega –mi amigo intentó imitar el acento español- estoy bien, tronco.

Aunque había sacado la tercera ronda de cerveza y brindado por la presentación de Nico, no pude quitar la mirada a la cocina. Felices porque nos habían congratulado por el proyecto, les invite a sentarse en el comedor para degustar el menú.

Los primeros platos fueron un éxito; todo picaba y era de su agrado. Me incorporé de mi asiento para preguntar si querían otra cerveza y, de paso, saber si no se había muerto el cocinero. Estaba a punto de marcharme cuando la señora me enseño la palma de su mano como cuando un policía quiere parar un coche, me sonrió y me invitó a sentarme:

- Chicos les debo confesar que ahora estoy más tranquila. Esta noche se lo he dicho a mi marido. Sé que son dos grandes personas y puedo confiar en ustedes.

Sus palabras se convirtieron, una vez más, en la llave que abre la caja de las preguntas de su marido:

- Carlitos ¿Tú sabes por qué soy rico?

- Porque has trabajado con firmeza.

Aunque sabía que la respuesta era correcta, escondí las manos debajo de la mesa para que no pudiera detectar que estaba inquieto.

- Correcto, Carlitos –hizo una pausa como buscando las palabras adecuadas pero provocó un misterio que me hizo apoyar las manos sobre el mantel- y además porque soy consciente que tuve suerte. La suerte y la confianza son los pilares del éxito.

- Nico ¿Qué pasa si me roba?

Al oír la pregunta, el corazón se me paró, el cerebro se desinfló y mis dedos agarraron una servilleta. La cara de Nico no movió ni un músculo (estoy convencido de que mi amigo tiene la misma cara cuando caga que cuando coge). Con sosiego, Nico dijo:

- Que nos estaremos robando a nosotros mismos.-Nico tocaba su perilla como si fuera el pelo de un caniche.

Su respuesta fue como un chute que activó mis órganos y tranquilizó mis nervios.

- Correcto, muchachos –cogió una cerveza y al comprobar que estaba vacía, la dejó de nuevo en la mesa-. Confío en ustedes y recuerden, si me roban, estarán robando vuestro futuro. Ahora brindemos por el proyecto, pendejos. Carlitos trae esas cervezas.

La comida fue un éxito. Don Antonio y Doña Isabel no paraban de repetir que la comida estaba más rica que comer con los dedos, frase que me parece muy acertada en la gastronomía mexicana.

Al día siguiente se constituyó la empresa para dar a luz a "La Santa".

En verdad fueron sietes días muy intensos que darían para escribir un libro...

Reconozco que tengo una ventaja sobre la mayoría de los mortales: sé cuándo y cómo voy a morir, y será si el restaurante no funciona. Ese día abriré una botella de tequila y me sentaré al lado de mi colega en una de las mesas del restaurante. Beberemos y reiremos hasta que entre un tío con una cicatriz en la mejilla y al grito de "Nico y Carlitos, cabrones" nos mate a los dos.

Te presento el proyecto que mi amigo quiere poner en marcha en Valencia. A por ellos.

Gracias por leerme.

Besos con picoses como diría un auténtico güey.

Los tres protagonistas de la historia; Edder, yo en el centro y Nico.

Edder, Susana y Nico.



Comentarios

diego doblas ha dicho que…
Ja,ja,....... Carlitossssssss,
... doy fe de tan rocambolesca historia, la seguí en tiempo real, y veo que aún está por escribirse el último capítulo.
Suerte!!!

Bssssssssssssss
Carolina ha dicho que…
Muy buena historia!!!! Mucha suerte, seguro que os va genial!! :)
Un besazo,
Carol Ambite
Charlie Miralles ha dicho que…
Besos Carolina. Espero que estés bien

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