Absolver y absuelvo
Ayer viernes abrí una carta que, aun sospechando el contenido, me ha dado una alegría; he sido absuelto por los cargos de amenaza, coacción y de los artículos 620 y 617 del código penal.
La historia es larga y, como entenderá el lector/amigo, no debo contar todo lo que pasó en mi nueva aventura. No obstante, quiero compartir algunas cosas porque me he acordado de muy buenos momentos, de buenas amistades y, por supuesto, hay que reírse de nuestros problemas.
Esta nueva aventura que he podido disfrutar, tiene todos los ingredientes para un libro: amor, lealtad, amistad, mentira, dinero y policías. Tan solo me recrearé, de una manera muy rápida y no muy literaria en algunos momentos que quiero que disfrutes conmigo. No debes dudar que es una nueva aventura basada en hechos reales que, por lo menos, yo los recuerdos con bastante humor.
Una de mis partes preferidas se desarrolló al comienzo del verano. Me saltaré el por qué y cómo y quién me denunció porque la historia viene de lejos. En cambio, explicaré, brevemente, el momento en el que estaba sentando delante de un policía joven que, muy amable, me estaba tomando declaración y, de paso, leyéndome mis derechos. Detrás del afable policía, había una atractiva policía vestida de paisano hojeando un archivo. La mujer tenía una espalda de nadadora, la empuñadura de su pistola se asomaba por la cintura y una rubia melena le tapaba media cara. Tenía un morbo muy especial.
—Por favor, me puedes repetir qué pasó. Debo hacer un informe.-Las palabras del policía, como si fuera un empujón, desvió mi mirada de su compañera.
Torcí la cabeza para mirar a la persona que me había hecho la pregunta, me ajusté en la silla y, con voz pausada, expliqué que estaba dispuesto a contar mi versión pero, siempre y cuando, me prometiera que no lo iba a poner en el informe. El policía me dio su palabra y muy atento escuchó los acontecimientos que salían de mi boca. Nada más terminar mi declaración, la mujer policía dejó de leer, me guiño un ojo y le dijo a su compañero que lo pusiera todo mientras me regalaba una sonrisa. Estaba detenido y me acababa de enamorar. Unos tímidos pasos me hizo girar la cabeza hacia la puerta y comprobé como una joven pelirroja que, con cara de pánico, se sentaba en la mesa de al lado. Un nuevo policía, vestido de paisano y marcando la pistola en la cintura, se sentó detrás de la mesa y la miró fijamente a los ojos. La pelirroja, con voz temblorosa, empezó a relatar cómo, en su propio bar, había sido atracada por una mujer con aspecto andrajosa. El nuevo policía empezó a escribir en el ordenador mientras la chica, con la cabeza agachada, hablaba muy bajito. En un parón, los ojos verdosos de la camarera buscaron complicidad con los míos mientras los dos policías, rígidos como unas tablas, escribían no sé qué en los ordenadores.
-Por favor, espere aquí mientras busco una persona. En breve le diré si queda detenido o en libertad.-me dijo mi policía mientras se alejaba de la mesa.
En ese momento, miré a la camarera y su rostro había cambiado. Me miraba con cierto miedo y como si yo hubiera sido cómplice del robo en su bar. Unos nuevos pasos, me hizo girar la cabeza, nuevamente, hacia la puerta. El policía que me estaba interrogando apareció con una persona de mediana edad que, con cierta chulería, se quitó la chaqueta y se acercó hasta mí.
—Vaya… tú eres Miralles.-me dijo el comisario mientas me miraba de arriba abajo.
El policía, que quizás le había cogido aprecio por su amabilidad, informó al comisario que había hecho una declaración, pero que me negaba a firmar cualquier documento porque hasta ese día no sabía de qué se me estaba acusando. La pelirroja había cogido bastante interés por lo que estaba ocurriendo a sus espaldas y dejó de declarar. En cambio, el comisario me miró con cara de te voy a meter una hostia de las que levantan a la afición y, de paso, te voy a quitar la cara de gilipollas.
—¡Joder!, que lea y firme el puto papel… y se vaya a la puta calle.-gritó el comisario mientras su dedo índice me señalaba a la cabeza.
Mientras el comisario, con paso firme, se metía en su despacho, aproveché la ocasión para mirar a la camarera. Su miraba había cambiado por completo y transmitía tanta incredulidad que podía asustar a un muerto. En los siguientes minutos firmé una declaración que me pareció muy correcta y el policía me acompañó hasta la puerta. En silencio, camino a la calle, pensé en cómo me había gritado el comisario y, sin poder evitarlo, me acordé de mi barrio, de mi época punks y de una situación similar que conté en mi único libro:
El comisario estaba entretenido con nuestros carnets de identidad para comprobar nuestros antecedentes. Su mesa nos llegaba a la misma altura que una barra de un bar. Me apoyé con un brazo, igual que lo hace un colega para pedir una copa, y dije muy bajito a mi compañero de batalla:
—¿Qué te apetece tomar?
—¡Joder! No sé. Este bar es muy frío.
—Ya, pero ponen las mejores cañas de la zona.
Me había seguido a la perfección la chorrada y rompimos a reír tímidamente. Nuestra caradura acabó con la paciencia del comisario.
—¡Vaya! ¿Pero qué es lo que tengo aquí? ¿Un gracioso y un soplapollas que le sigue las gilipolleces? Voy a ser muy claro y espero que os entre esto en la puta cabeza. ¡Carlos!, sé dónde vives y sé qué coño haces todos los días. La mitad de los imbéciles que hay ahí fuera son hijos de militares o de papá. Ni quiero ni me apetece meteros un puro, pero que conste que si quiero, os follo cuando me apetezca. ¿Queda claro? Pues ahora salís cagando leches de aquí y os vais a tomar por el culo y si os vuelvo a coger, os meto en la cárcel. ¿Me he explicado? (Extracto del libro 1964 después de Cristo y antes de perder el autobús).
Al llegar a la puerta, mantuve una agradable conversación con el policía y con un secreta que se había apuntado a la charla. Los dos me intentaron explicar que ellos estaban para vigilar la ley y cuando tuviera un problema que, por supuesto, contara con ellos.
—Agente, sólo le puedo decir que hay mucha maricona suelta. Y una cosa más, un tonto más en este país y volcamos.-Quizás fuese por la rabia o por haber sido detenido, pero tuve la sensación que mis argumentos eran propios del mismísimo Chuck Norris.
—Recuerda –me dijo el policía mientras me estrechaba la mano- no te metas en líos porque me tocará ir a por ti.
—Bueno… ya sabe dónde vivo.- le solté la mano y sonreí.
Otra cosa que recuerdo con mucho cariño, fue la cena con mi abogado en una terraza en pleno verano. Mi abogado, como si fuera un coach, me explicaba qué debía decir y cómo debía hablar al juez. Era muy importante la imagen y cómo se habla en un juicio. Cuando estábamos a punto de meter mano al postre, mi abogado me miró, me cogió del hombro y me dijo mirándome a los ojos
—Charlie, míralo positivo. Si vas palante… en la cárcel hay piscina y gym.
Y hasta aquí puedo escribir.
No soy un pensador ni voy acabar mi historia con una frase motivadora para justificar nada.
La verdad es que solo quiero desearte un tremendo fin de semana y espero haberte llevado un mundo diferente con esta aventura contada de una manera muy rápida.
Besos en si bemol.
Charlie Miralles –Creador y Dios omnipotente de su mundo-.
La historia es larga y, como entenderá el lector/amigo, no debo contar todo lo que pasó en mi nueva aventura. No obstante, quiero compartir algunas cosas porque me he acordado de muy buenos momentos, de buenas amistades y, por supuesto, hay que reírse de nuestros problemas.
Esta nueva aventura que he podido disfrutar, tiene todos los ingredientes para un libro: amor, lealtad, amistad, mentira, dinero y policías. Tan solo me recrearé, de una manera muy rápida y no muy literaria en algunos momentos que quiero que disfrutes conmigo. No debes dudar que es una nueva aventura basada en hechos reales que, por lo menos, yo los recuerdos con bastante humor.
Una de mis partes preferidas se desarrolló al comienzo del verano. Me saltaré el por qué y cómo y quién me denunció porque la historia viene de lejos. En cambio, explicaré, brevemente, el momento en el que estaba sentando delante de un policía joven que, muy amable, me estaba tomando declaración y, de paso, leyéndome mis derechos. Detrás del afable policía, había una atractiva policía vestida de paisano hojeando un archivo. La mujer tenía una espalda de nadadora, la empuñadura de su pistola se asomaba por la cintura y una rubia melena le tapaba media cara. Tenía un morbo muy especial.
—Por favor, me puedes repetir qué pasó. Debo hacer un informe.-Las palabras del policía, como si fuera un empujón, desvió mi mirada de su compañera.
Torcí la cabeza para mirar a la persona que me había hecho la pregunta, me ajusté en la silla y, con voz pausada, expliqué que estaba dispuesto a contar mi versión pero, siempre y cuando, me prometiera que no lo iba a poner en el informe. El policía me dio su palabra y muy atento escuchó los acontecimientos que salían de mi boca. Nada más terminar mi declaración, la mujer policía dejó de leer, me guiño un ojo y le dijo a su compañero que lo pusiera todo mientras me regalaba una sonrisa. Estaba detenido y me acababa de enamorar. Unos tímidos pasos me hizo girar la cabeza hacia la puerta y comprobé como una joven pelirroja que, con cara de pánico, se sentaba en la mesa de al lado. Un nuevo policía, vestido de paisano y marcando la pistola en la cintura, se sentó detrás de la mesa y la miró fijamente a los ojos. La pelirroja, con voz temblorosa, empezó a relatar cómo, en su propio bar, había sido atracada por una mujer con aspecto andrajosa. El nuevo policía empezó a escribir en el ordenador mientras la chica, con la cabeza agachada, hablaba muy bajito. En un parón, los ojos verdosos de la camarera buscaron complicidad con los míos mientras los dos policías, rígidos como unas tablas, escribían no sé qué en los ordenadores.
-Por favor, espere aquí mientras busco una persona. En breve le diré si queda detenido o en libertad.-me dijo mi policía mientras se alejaba de la mesa.
En ese momento, miré a la camarera y su rostro había cambiado. Me miraba con cierto miedo y como si yo hubiera sido cómplice del robo en su bar. Unos nuevos pasos, me hizo girar la cabeza, nuevamente, hacia la puerta. El policía que me estaba interrogando apareció con una persona de mediana edad que, con cierta chulería, se quitó la chaqueta y se acercó hasta mí.
—Vaya… tú eres Miralles.-me dijo el comisario mientas me miraba de arriba abajo.
El policía, que quizás le había cogido aprecio por su amabilidad, informó al comisario que había hecho una declaración, pero que me negaba a firmar cualquier documento porque hasta ese día no sabía de qué se me estaba acusando. La pelirroja había cogido bastante interés por lo que estaba ocurriendo a sus espaldas y dejó de declarar. En cambio, el comisario me miró con cara de te voy a meter una hostia de las que levantan a la afición y, de paso, te voy a quitar la cara de gilipollas.
—¡Joder!, que lea y firme el puto papel… y se vaya a la puta calle.-gritó el comisario mientras su dedo índice me señalaba a la cabeza.
Mientras el comisario, con paso firme, se metía en su despacho, aproveché la ocasión para mirar a la camarera. Su miraba había cambiado por completo y transmitía tanta incredulidad que podía asustar a un muerto. En los siguientes minutos firmé una declaración que me pareció muy correcta y el policía me acompañó hasta la puerta. En silencio, camino a la calle, pensé en cómo me había gritado el comisario y, sin poder evitarlo, me acordé de mi barrio, de mi época punks y de una situación similar que conté en mi único libro:
El comisario estaba entretenido con nuestros carnets de identidad para comprobar nuestros antecedentes. Su mesa nos llegaba a la misma altura que una barra de un bar. Me apoyé con un brazo, igual que lo hace un colega para pedir una copa, y dije muy bajito a mi compañero de batalla:
—¿Qué te apetece tomar?
—¡Joder! No sé. Este bar es muy frío.
—Ya, pero ponen las mejores cañas de la zona.
Me había seguido a la perfección la chorrada y rompimos a reír tímidamente. Nuestra caradura acabó con la paciencia del comisario.
—¡Vaya! ¿Pero qué es lo que tengo aquí? ¿Un gracioso y un soplapollas que le sigue las gilipolleces? Voy a ser muy claro y espero que os entre esto en la puta cabeza. ¡Carlos!, sé dónde vives y sé qué coño haces todos los días. La mitad de los imbéciles que hay ahí fuera son hijos de militares o de papá. Ni quiero ni me apetece meteros un puro, pero que conste que si quiero, os follo cuando me apetezca. ¿Queda claro? Pues ahora salís cagando leches de aquí y os vais a tomar por el culo y si os vuelvo a coger, os meto en la cárcel. ¿Me he explicado? (Extracto del libro 1964 después de Cristo y antes de perder el autobús).
Al llegar a la puerta, mantuve una agradable conversación con el policía y con un secreta que se había apuntado a la charla. Los dos me intentaron explicar que ellos estaban para vigilar la ley y cuando tuviera un problema que, por supuesto, contara con ellos.
—Agente, sólo le puedo decir que hay mucha maricona suelta. Y una cosa más, un tonto más en este país y volcamos.-Quizás fuese por la rabia o por haber sido detenido, pero tuve la sensación que mis argumentos eran propios del mismísimo Chuck Norris.
—Recuerda –me dijo el policía mientras me estrechaba la mano- no te metas en líos porque me tocará ir a por ti.
—Bueno… ya sabe dónde vivo.- le solté la mano y sonreí.
Otra cosa que recuerdo con mucho cariño, fue la cena con mi abogado en una terraza en pleno verano. Mi abogado, como si fuera un coach, me explicaba qué debía decir y cómo debía hablar al juez. Era muy importante la imagen y cómo se habla en un juicio. Cuando estábamos a punto de meter mano al postre, mi abogado me miró, me cogió del hombro y me dijo mirándome a los ojos
—Charlie, míralo positivo. Si vas palante… en la cárcel hay piscina y gym.
Y hasta aquí puedo escribir.
No soy un pensador ni voy acabar mi historia con una frase motivadora para justificar nada.
La verdad es que solo quiero desearte un tremendo fin de semana y espero haberte llevado un mundo diferente con esta aventura contada de una manera muy rápida.
Besos en si bemol.
Charlie Miralles –Creador y Dios omnipotente de su mundo-.
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