La virgen del Loreto


Ayer un amigo me preguntó, mientras se cambiaba en el vestuario, dónde había hecho la mili. No sé por qué me hizo esa pregunta y tampoco recuerdo mi contestación. Hoy es 10 de diciembre "La patrona del ejército del aire" y eso me recuerda a una experiencia que pasé en ese día en las pistas de Barajas vigilando los aviones del Rey.
El 10 de diciembre de 1983, en una nueva formación y con el frío pegándote en la cara, el cabo primero Arévalo nos informó de que ese día se celebraba la fiesta de la Virgen de Loreto, patrona del Ejército del Aire. Los soldados que aún no hubieran entrado de guardia, podrían disfrutar de un piscolabis en la cantina del cuartel. El bar tenía varias mesas llenas de platos con diferentes canapés, tortillas de patata, cortezas de cerdo, chorizo, queso... Nos acercamos hasta la barra e intentamos por todos los medios que nos dieran cerveza, aun a sabiendas de que el cabo primero Arévalo nos había advertido de que no habría bebidas alcohólicas. El teniente coronel apareció mientras luchábamos verbalmente con el cantinero.
—¿Qué pasa aquí? —dijo con voz potente.
—No nos dejan beber, mi teniente coronel —murmuramos unos cuantos.
Se quedó pensativo. En su reloj eran las 10 de la mañana y dijo que su tropa podría pedir lo que quisiera ya que a él le apetecía un whisky y no quería beber solo.
En una hora exacta, se sucedieron tres peleas entre los oficiales y nosotros, tres intentos de meter mano a dos azafatas que habían sido invitadas por el teniente coronel, y un amago de estrangulamiento al cantinero por lento. A las doce, ya habían salido todas las rencillas que teníamos unos contra otros, Arévalo me había recordado más de diez veces que me quería ver muerto, los aperitivos estaban desparramados por todas partes, las azafatas lloraban por la rotura de sus pañuelos, y casi todos los labios estaban abiertos llenos de sangre. Al día siguiente, aún con la resaca encima de la cabeza, el teniente coronel nos recordó que éramos una pandilla de chulos, que teníamos menos dignidad que la banda de Pancho Villa y que nunca había pasado tanta vergüenza en su vida militar. Dijo que haría un esfuerzo por no recordar ese día y que nos librábamos del fusilamiento porque la patrona del Ejército del Aire no quería ver más violencia. Desde ese día, Arévalo me dejó en paz. (extracto del libro 1964 después de Cristo y antes de perder el autobús).

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