1964 con Cristina y el gato asesino
Os presento a Cristina, una gran amiga. Su hermana fue mod en los 80 y en varias ocasiones coincidimos en la famosa discoteca “El rockola”.
Me ha mandado una foto con sus gatos y mi libro.
Me acuerdo del día en el que cené en su casa. Esa noche, se presentaba una divertida velada con su hermana y marido, y varios amigos.
Fui el primero en llegar y, nada más entrar en su casa, el gato marrón me ignoró, mientras que el gato blanquecino saltaba sobre mi mano. Se quedó colgado como un murciélago mientras me mordía el dedo gordo y clavaba sus uñas en mi antebrazo.
- Vaya, lo siento, Charlie. Este gato está un poco loco pero en el fondo es muy bueno. Perdóname, voy al baño y espero que cuando salga, ya seáis amiguitos –dijo mi amiga mientras me daba la espalda camino al baño.
- No, no pasa nada –contesté aguantando las lágrimas de dolor- me encantan los gatos divertidos.
Cuando detecté que mi amiga había cerrado la puerta, enganché un cojín del sofá y empecé a atizarle en la cabeza. Cuantos más cojinazos le metía, más fuerte me mordía el dedo. Era tal el dolor que me estaba haciendo con los colmillos que busqué como loco un arma para disuadir al maldito felino. Me levanté del sofá, con el gato colgado del brazo, me acerqué hasta la librería y enganché el libro “El Código Da Vinci” (que no he leído) y le metí con todo el lomo en la cabeza. Fue tal el “crack” que el gato se relajó y nos pudimos sentar en el sofá. Acto seguido, salió mi amiga del baño:
- Jo, Charlie, estáis para una foto… se te ha dormido el gato en la mano.
- Ya ves… tengo un “don”. Es estar con un gato y me entran unas ganas locas de hipnotizarlos –solté una sonrisa maligna mientras acariciaba el gato.
No había terminado mis palabras, cuando el gato se despertó y se fue hasta mi chaqueta, se tumbó y me la llenó de diminutos pelos.
- Minino, minino -. Le dije mientras me acercaba con el libro escondido en la espalda.
Me ha mandado una foto con sus gatos y mi libro.
Me acuerdo del día en el que cené en su casa. Esa noche, se presentaba una divertida velada con su hermana y marido, y varios amigos.
Fui el primero en llegar y, nada más entrar en su casa, el gato marrón me ignoró, mientras que el gato blanquecino saltaba sobre mi mano. Se quedó colgado como un murciélago mientras me mordía el dedo gordo y clavaba sus uñas en mi antebrazo.
- Vaya, lo siento, Charlie. Este gato está un poco loco pero en el fondo es muy bueno. Perdóname, voy al baño y espero que cuando salga, ya seáis amiguitos –dijo mi amiga mientras me daba la espalda camino al baño.
- No, no pasa nada –contesté aguantando las lágrimas de dolor- me encantan los gatos divertidos.
Cuando detecté que mi amiga había cerrado la puerta, enganché un cojín del sofá y empecé a atizarle en la cabeza. Cuantos más cojinazos le metía, más fuerte me mordía el dedo. Era tal el dolor que me estaba haciendo con los colmillos que busqué como loco un arma para disuadir al maldito felino. Me levanté del sofá, con el gato colgado del brazo, me acerqué hasta la librería y enganché el libro “El Código Da Vinci” (que no he leído) y le metí con todo el lomo en la cabeza. Fue tal el “crack” que el gato se relajó y nos pudimos sentar en el sofá. Acto seguido, salió mi amiga del baño:
- Jo, Charlie, estáis para una foto… se te ha dormido el gato en la mano.
- Ya ves… tengo un “don”. Es estar con un gato y me entran unas ganas locas de hipnotizarlos –solté una sonrisa maligna mientras acariciaba el gato.
No había terminado mis palabras, cuando el gato se despertó y se fue hasta mi chaqueta, se tumbó y me la llenó de diminutos pelos.
- Minino, minino -. Le dije mientras me acercaba con el libro escondido en la espalda.
Comentarios
ah¡¡ recuérdame que nunca te deje a mi gato ... con lo mono, negro, comilón y toca pelotas que es ...