Club nocturno


Lo que voy a contar es cierto.

Hoy hace un año que estaba saliendo del Carrefour cuando sonó mi móvil.

  • ¿Podría hablar con Carlos Martínez-Miralles? - preguntó una mujer de voz melosa.

  • Sí, soy yo.- contesté con cierta ilusión. Sólo me llaman por mi nombre cuando es de una oferta de trabajo.

  • Le llamo por el puesto de controlador de discoteca.

  • ¿Portero de discoteca? pero creo -mi cerebro se puso a trabajar en busca de las posibles ofertas en las que me había apuntado- que había otra oferta como comercial.

  • Sí, pero el puesto se lo hemos dado a una mujer. ¿Le interesa trabajar de controlador?

  • Claro -mi contestación salió como un disparo-. Le puedo hacer una pregunta.

  • Por supuesto.-contestó con voz seductora.

  • ¿Para el puesto se necesita alguna altura?

  • ¿Cómo? -la mujer empezó a reír como si le hubiera contado un chiste. Sus carcajadas se clavaron en mi oído como alfileres. Durante unos segundos, aunque tuve la sensación que fue una hora, sus risas subían y bajaban de frecuencia como si no pudiera controlar el ataque.

  • Me refiero que si hace falta que tenga cara de malo y medir un metro ochenta. -intenté ponerme serio pero aún oía sus risas.

  • ¿Es usted muy bajito? -la pregunta iba cargada de sarcasmo.

  • Bueno -solté una suave carcajada- no soy liliputiense pero tampoco soy muy alto.

  • Pero...le puedo conocer ¿Verdad? -la mujer volvió a reír suavemente.

  • Por supuesto -repliqué.

  • Entonces, por favor, tome nota de la dirección.

A las cuatro de la tarde, me citó en un hotel a las afueras de Valencia.Nada más entrar, me presenté a la recepcionista que, con uniforme azul y negro, me invitó a esperar por el vestíbulo. El hall era amplió, elegante y, al mismo tiempo, discreto. Dos columnas de mármol, que decoradas con diminutos espejos, estaban en el centro de la sala como si fueran dos soldados romanos. Deduje que la recepcionista los usaba como retrovisores para saber quién entraba y salía del hotel. Las paredes, casi desnudas de decoración, tenían un tono azul claro que se podría confundir con el blanco. Un ascensor escupió a un señor de media edad que iba acompañado de una hermosa rubia de ojos azules. Estaba mirando el culo de la chica cuando el ascensor, una vez más, escupió a una mujer de cabellos rubios que tenía un gran parecido con la modelo Judith Mascó. Su cuerpo estaba embutido en un traje blanco y los zapatos de tacón realzaban sus piernas. La mujer me miró y, con una sonrisa en la cara, caminó con paso firme y elegante.

  • ¿Eres Carlos? -me preguntó mientras estiraba su mano para estrechar la mía.

  • Si, soy yo -estreché su mano.

  • Por favor, me acompañas.

Nos metimos en el ascensor sin intercambiar ni una palabra. Al salir, la seguí hasta un despacho.

  • Siéntese, por favor.

  • Gracias -contesté mientras me acomodaba en una silla y observaba que ella se sentaba delante de mí.

  • He visto tu curriculum y me parece muy interesante. Quiero saber si nos conoces.

  • Pues no -sonreí.

  • Pues para empezar, te comento... que somos un hotel donde, en la planta de abajo, tenemos una discoteca con trescientas mujeres que hablan con los clientes. Éstos beben mientras charlan con ellas. ¿Sigo explicándote? -me preguntó con cara felina.

  • Por favor -contesté mientras mi cerebro repetía, una y otra vez, la palabra puta.

  • Lo que te quiero decir que somos el mejor club nocturno de Valencia y me gustaría saber si estás casado.-miró mi curriculum como si quisiera encontrar el libro de familia.

  • Sí -contesté sin dudar.

  • ¿Qué pensará tu mujer del trabajo? -levantó la cabeza para clavarme su mirada felina.

  • Bueno -dudé porque no sabía de qué iba el trabajo- en verdad nada. En verdad conozco el sector porque he vendido porno para los medios de comunicación.

Después de romper el hielo, me aclaró que la sala se llenaba de clientes de todas las clase. En ocasiones de políticos, futbolistas y famosos. Mi labor sería hablar y saludar a todos los clientes. Mi horario sería de lunes a domingo desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la mañana. Se libraría dos días después de trabajar quince días seguidos. Buscaban una persona como yo: descarado y educado. Pase la primera entrevista.

En la segunda entrevista me presentó a uno de los jefes y ya no quería que estuviera en la sala. Querían que fuera el comercial porque la chica que habían pensando para el puesto, no tenía mi frescura. Querían que contactara con empresarios y directivos. Mientras me explicaban mi posible trabajo captando ejecutivos, mi mente se fue hasta las mujeres de los directivos. En verdad, no pensaba ni en ellas ni en sus vidas. Mas bien, calculé la de hostías que iba a recibir por llevarme a sus maridos al local.

En la tercera y última entrevista, me confesaron que tenían muchos candidatos y tenían dudas sobre mí. Que hace un año hubieran puesto la misma oferta y no se habría presentado nadie. En la actualidad, tenían muchos candidatos.

Al final no me contrataron.


Por eso, acabo de modificar mi carta de presentación y mi CV.

Hoy por la noche visitaré varios clubs nocturnos para dejar mi vida laboral.

Me ofreceré como relaciones públicas, comercial, Dj o lo que haga falta. No me sentiré mal porque vayan los tíos a desahogarse con las mujeres que fuman y hablan de tú al cliente. Es como si me quisieran echar la culpa por el albañil que, a las siete de la mañana, se bebe una copa de coñac sin desayunar. Aún menos por la señora que, junto al carro de la compra, se gasta un dineral en las traga-perras en el bar de la esquina.

Yo no soy Dios. En verdad, no soy nadie. Sólo soy una persona que busca un trabajo y si debo hacer el mal... lo haré.

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