¿Trabajar en la once?
Nadie puede discutirme que los viernes tienen algo especial. Es el día que anuncia el fin de semana y ,además, aunque estés en el paro, transmite una felicidad que roza lo libidinoso. Hace un año que empecé a comprar el cupón de la once en busca del cambio en mi vida. Esa obligación se convirtió en la excusa perfecta para darme una vuelta por el pueblo y, de paso, airear mis problemas.
Después de probar suerte con muchos vendedores de Torrent, elegí el kiosko de Ángel por dos razones: su amabilidad y su olor. La primera vez que le compré un cuponazo, percibí una fragancia que invadía su habitáculo y, por unos segundos, confundí con un ambientador. El aroma era algo denso y, como un fantasma, se filtraba por los barrotes del kiosko.
-Vaya qué bien hueles ¿Qué colonia usas? -pregunté mientras guardaba el boleto en mi cartera.
-¿Te gusta? Me he comprado una colonia que se llama Jacq´s. ¿La conoces? -me preguntó mientras colgaba cupones con unas pinzas como si estuviera haciendo la colada.
-Claro. No la uso pero la conozco -sonreí.
Me alejé del kiosko con la esencia pegada en las fosas nasales y pensando en el anuncio de publicidad. Aunque no hayas visto el spot y no uses la colonia, el nombre de Jacq´s va ligado a una motera embutida en un traje de cuero, un canelillo que levanta pasiones y dos tetas de las que tiran carros y carretas.
A los pocos viernes, nació una amistad entre nosotros. Probablemente fuera una amistad con un fuerte olor a nuevo, pero tenía bastantes matices de seriedad.
Ángel es una persona dicharachera que esconde su mirada tras unas gafas negras. El pelo lo lleva corto, su cara está protegida por una barba blanquecina y, aunque el día esté nublado, siempre está sonriendo. Para bien o para mal, nuestras conversaciones nunca llegan a los diez minutos de duración. Su kiosko se transforma, por arte de magia, en un enjambre de clientes que revolotean como abejas en busca de la suerte. Huelga decir que no somos muy originales a la hora de sacar punta a nuestras charlas: paro, te voy a matar si no me toca, gobierno, cabrón mira qué número me has dados, crisis y, sobre todo, qué haríamos si nos tocara el deseado premio. Su kiosko ni es grande ni pequeño pero, cuando le veo trabajar, me recuerda a una atracción que me tenía hipnotizado en la infancia: una muñeca disfrazada de zingara. Dicha muñeca estaba dentro de una urna de cristal, postrada delante de una bola de cristal y un cartel que rezaba “Leo tu futuro”. Si querías saber qué te pasaría en los próximos años, tenías que echar una peseta para ver cómo levantaba,, muy despacio, el brazo derecho y, al mismo tiempo, movía la cabeza a ambos lados. Es decir, que en el mismo instante que bajaba el brazo, la cara volvía a mirar al frente y una pequeña ventanilla escupía un cartón prediciendo el futuro. Me gusta apoyar mis codos en el mostrador como si fuera un vaquero en una cantina del lejano oeste. También, disfruto cuando juego con los barrotes de la ventana del kiosko. Dicho aluminio es la frontera entre mis pesadillas y mis ilusiones.
No hace mucho tiempo que, aún siendo viernes, me levante bastante bajo de moral. Aparqué el coche al lado de un supermercado y, como si fuera un zombie, puse rumbo hacía el kiosko. Ése día no bajé solo del coche. En esa ocasión, me acompañaban la soledad, el miedo y la tristeza. Los cuatros íbamos cogidos por el hombro como si fuéramos unos hinchas camino al estadio de fútbol. No íbamos ni borrachos ni cantando, sólo caminábamos, abrazados con fuerza, rumbo al kiosko. Mis amigos invisibles me llevaban en volandas, como si estuviera herido y temieran que me hiciera daño al poner los pies en el suelo. Sin darme cuenta estaba delante del kiosko.
-Estoy hasta los huevos de todo -escupí apoyado al estilo John Wayne mientras buscaba el dinero en el bolsillo.
-¿Eso? - Ángel respondió acercando la cara hasta los barrotes.
Le expliqué que me había pasado toda la semana repartiendo cv por algunas empresas de Valencia. Además, en algunas oficinas había dejado una carta, junto al cv, explicando los beneficios empresariales a la hora de contratar a un minusválido.
-¿Tú tienes una minusvalía?-pegó la cara al cristal como si quisiera encontrar una pierna de madera bajo mis perneras. Se inclinó tanto que, por un momento, temí que el kiosko pudiera volcar y aplastarme.- ¿Por qué? ¿De qué grado?
-Pues del 43% y es debido a una cosa de riñones -contesté mientras miraba mis piernas.
-¿Sabes? Podrías trabajar en la once -se sentó para seguir colgando boletos en las pinzas.
-¿No tengo que ser ciego o estar muy mal? -pregunté con cierta timidez.
-No, no debes ser ciego para trabajar en la once. Solo debes tener una minusvalía en alguna parte de tu cuerpo. Yo tengo el mismo grado que tú. -se quitó las gafas.
Permanecí inmóvil durante unos segundos, sin decir nada, contemplando su rostro. Uno de sus ojos marrones estaba estático. Su ojo izquierdo parecía no tener vida y, aunque mi amigo no dejaba de hablar, por un instante, me recordó a la zingara del parque de atracciones. En cambio, su ojo derecho estaba lleno de alegría mientras perseguía con la mirada las manos del vendedor. Era como si fuera consciente de la suerte que tenía al estar vivo. Mi amigo, sin gafas, colocaba boletos en las cuerdas mientras su ojo derecho ejercía de guardián de las manos.
-Pues sí, Charlie, echa una solicitud. Hay meses que me saco hasta 2000 euros.-¿Cómo lo ves? -me preguntó mientras se ponía las gafas.
-Hombre... yo lo veo bien.-abandoné la postura de vaquero.
-Pues... yo, todo, lo veo con un ojo.-se empezó a reír de su propio chiste.
Me alejé del kiosko con una sonrisa, la colonia Jacq´s pegada en mis fosas nasales, pensando en la motera del anuncio y ,sobre todo, en sus tetas.
El viernes por la tarde rellené la solicitud y espero que me llamen.
Todos los hombres sueñan, pero no del mismo modo. Los que sueñan de noche en los polvorientos recovecos de su espíritu, se despiertan al día siguiente para descubrir que todo era vanidad. Más los soñadores diurnos son peligrosos, porque pueden vivir su sueño con los ojos abiertos, a fin de hacerlo posible. - Lawrence de Arabia
Después de probar suerte con muchos vendedores de Torrent, elegí el kiosko de Ángel por dos razones: su amabilidad y su olor. La primera vez que le compré un cuponazo, percibí una fragancia que invadía su habitáculo y, por unos segundos, confundí con un ambientador. El aroma era algo denso y, como un fantasma, se filtraba por los barrotes del kiosko.
-Vaya qué bien hueles ¿Qué colonia usas? -pregunté mientras guardaba el boleto en mi cartera.
-¿Te gusta? Me he comprado una colonia que se llama Jacq´s. ¿La conoces? -me preguntó mientras colgaba cupones con unas pinzas como si estuviera haciendo la colada.
-Claro. No la uso pero la conozco -sonreí.
Me alejé del kiosko con la esencia pegada en las fosas nasales y pensando en el anuncio de publicidad. Aunque no hayas visto el spot y no uses la colonia, el nombre de Jacq´s va ligado a una motera embutida en un traje de cuero, un canelillo que levanta pasiones y dos tetas de las que tiran carros y carretas.
A los pocos viernes, nació una amistad entre nosotros. Probablemente fuera una amistad con un fuerte olor a nuevo, pero tenía bastantes matices de seriedad.
Ángel es una persona dicharachera que esconde su mirada tras unas gafas negras. El pelo lo lleva corto, su cara está protegida por una barba blanquecina y, aunque el día esté nublado, siempre está sonriendo. Para bien o para mal, nuestras conversaciones nunca llegan a los diez minutos de duración. Su kiosko se transforma, por arte de magia, en un enjambre de clientes que revolotean como abejas en busca de la suerte. Huelga decir que no somos muy originales a la hora de sacar punta a nuestras charlas: paro, te voy a matar si no me toca, gobierno, cabrón mira qué número me has dados, crisis y, sobre todo, qué haríamos si nos tocara el deseado premio. Su kiosko ni es grande ni pequeño pero, cuando le veo trabajar, me recuerda a una atracción que me tenía hipnotizado en la infancia: una muñeca disfrazada de zingara. Dicha muñeca estaba dentro de una urna de cristal, postrada delante de una bola de cristal y un cartel que rezaba “Leo tu futuro”. Si querías saber qué te pasaría en los próximos años, tenías que echar una peseta para ver cómo levantaba,, muy despacio, el brazo derecho y, al mismo tiempo, movía la cabeza a ambos lados. Es decir, que en el mismo instante que bajaba el brazo, la cara volvía a mirar al frente y una pequeña ventanilla escupía un cartón prediciendo el futuro. Me gusta apoyar mis codos en el mostrador como si fuera un vaquero en una cantina del lejano oeste. También, disfruto cuando juego con los barrotes de la ventana del kiosko. Dicho aluminio es la frontera entre mis pesadillas y mis ilusiones.
No hace mucho tiempo que, aún siendo viernes, me levante bastante bajo de moral. Aparqué el coche al lado de un supermercado y, como si fuera un zombie, puse rumbo hacía el kiosko. Ése día no bajé solo del coche. En esa ocasión, me acompañaban la soledad, el miedo y la tristeza. Los cuatros íbamos cogidos por el hombro como si fuéramos unos hinchas camino al estadio de fútbol. No íbamos ni borrachos ni cantando, sólo caminábamos, abrazados con fuerza, rumbo al kiosko. Mis amigos invisibles me llevaban en volandas, como si estuviera herido y temieran que me hiciera daño al poner los pies en el suelo. Sin darme cuenta estaba delante del kiosko.
-Estoy hasta los huevos de todo -escupí apoyado al estilo John Wayne mientras buscaba el dinero en el bolsillo.
-¿Eso? - Ángel respondió acercando la cara hasta los barrotes.
Le expliqué que me había pasado toda la semana repartiendo cv por algunas empresas de Valencia. Además, en algunas oficinas había dejado una carta, junto al cv, explicando los beneficios empresariales a la hora de contratar a un minusválido.
-¿Tú tienes una minusvalía?-pegó la cara al cristal como si quisiera encontrar una pierna de madera bajo mis perneras. Se inclinó tanto que, por un momento, temí que el kiosko pudiera volcar y aplastarme.- ¿Por qué? ¿De qué grado?
-Pues del 43% y es debido a una cosa de riñones -contesté mientras miraba mis piernas.
-¿Sabes? Podrías trabajar en la once -se sentó para seguir colgando boletos en las pinzas.
-¿No tengo que ser ciego o estar muy mal? -pregunté con cierta timidez.
-No, no debes ser ciego para trabajar en la once. Solo debes tener una minusvalía en alguna parte de tu cuerpo. Yo tengo el mismo grado que tú. -se quitó las gafas.
Permanecí inmóvil durante unos segundos, sin decir nada, contemplando su rostro. Uno de sus ojos marrones estaba estático. Su ojo izquierdo parecía no tener vida y, aunque mi amigo no dejaba de hablar, por un instante, me recordó a la zingara del parque de atracciones. En cambio, su ojo derecho estaba lleno de alegría mientras perseguía con la mirada las manos del vendedor. Era como si fuera consciente de la suerte que tenía al estar vivo. Mi amigo, sin gafas, colocaba boletos en las cuerdas mientras su ojo derecho ejercía de guardián de las manos.
-Pues sí, Charlie, echa una solicitud. Hay meses que me saco hasta 2000 euros.-¿Cómo lo ves? -me preguntó mientras se ponía las gafas.
-Hombre... yo lo veo bien.-abandoné la postura de vaquero.
-Pues... yo, todo, lo veo con un ojo.-se empezó a reír de su propio chiste.
Me alejé del kiosko con una sonrisa, la colonia Jacq´s pegada en mis fosas nasales, pensando en la motera del anuncio y ,sobre todo, en sus tetas.
El viernes por la tarde rellené la solicitud y espero que me llamen.
Todos los hombres sueñan, pero no del mismo modo. Los que sueñan de noche en los polvorientos recovecos de su espíritu, se despiertan al día siguiente para descubrir que todo era vanidad. Más los soñadores diurnos son peligrosos, porque pueden vivir su sueño con los ojos abiertos, a fin de hacerlo posible. - Lawrence de Arabia
Comentarios
Por cierto si te cogen ya sabes, te pones unas gafas oscuras, más que nada por cuestión de marketing
Te dejo mi email: pilladosenlared@hotmail.com