asesor tuppersex
Añadir leyenda |
Estoy
feliz porque acabo de ser seleccionado como asesor tappersex “
“Buenos días Sr Miralles. Ha sido seleccionado
como asesor tappersex” PINCHA EN EL SIGUENTE ENLACE Y VERAS UN VIDEO
EXPLICATIVO: http://www.youtube.com/watch?v=XjGEXTe-J0o
Ya he
visto el vídeo y ya me estoy imaginando cómo será mi trabajo.
Valencia
es una ciudad con un viento bastante fuerte y, en ocasiones, tengo la sensación
que estoy en alta mar. Después de caminar quinces minutos, llegué a mi destino.
Mi cara se reflejaba en el cristal del portal, me arreglé los cuatro pelos de
la cabeza y sonreí.
- Buenas tardes. Soy el asesor que han llamado esta mañana. Por favor ¿Me abre? –dije después de apretar el botón del telefonillo.
Dentro
del portal, esperé a que bajara el ascensor mientras unas señoras
de avanzada edad me saludaban educadamente. Apreté el botón del cuarto piso y,
delante del espejo, me arreglé la corbata. - Buenas tardes. Soy el asesor que han llamado esta mañana. Por favor ¿Me abre? –dije después de apretar el botón del telefonillo.
Por segunda vez, en el mismo edificio, llamé a un timbre.
- ¿Quién es? –preguntó una voz masculina detrás de la puerta.
Asustado por el tono de voz, retrocedí y observé como una enorme sombra se filtraba por debajo de la puerta. Estaba a punto de marcharme cuando la puerta se abrió con fuerza.
-
¿Qué quieres? Preguntó una persona con voz grave.
Era una
persona alta, corpulenta, con mucho
bello por los brazos y, como si fuera un cuadro, un enorme tatuaje cubría su
pecho. Lo primero que se me pasó por la
cabeza, es que podría ser un marinero que necesitaba fantasear, en la soledad, con
mis productos.
-
Buenas –contesté con cierta tartamudez- soy el asesor… delegado…
tappersex.
-
Ah ¿El que vende pollas? Cariño… está aquí el vende nabos. –gritó
hacia el pasillo de la casa-
Hazle pasar –una voz femenina le contestó desde las tripas de la casa.
No sé
por qué, pero sentí un gran alivio al oír una voz femenina. Por un momento, me
veía a solas con el oso tatuado y, quizás, podría acabar con una polla en el
culo. - ¿Te apetece algo? -la enorme persona me invito tomar asiento.
-
No, gracias.- me senté una silla forrada de leopardo.
-
Yo vengo ahora… voy a buscar a mi mujer.
La
habitación tenía un popurrí de estilos decoración: una enorme lámpara con cristales
rojos me vigilaba desde el techo, las
paredes sujetaban cuadros psicodélicos,
los muebles eran de madera, las sillas forradas muy horteras y encima de
la televisión había una bailaora de flamenco. Una conversación por el pasillo me salvó de un
ataque de epilepsia televisa de tanto mirar a la bailaora.- Hola… soy María Luisa y a éste ya lo conoces- señaló al hombre.
-
Yo soy el asesor tappersex –le solté la mano.
-
Muy bien. Por favor, siéntate.- la mujer señaló una silla.
-
Muchas gracias.-contesté mientras buscaba el maletín.
Se sentaron delante de mí. Él seguía con la misma cara de besugo y se levantó para encender la televisión. Ella era guapa, alta, vestía con blusa negra, una falda de cuero marrón y zapatos de tacón. Se conservaba bastante bien para tener, eso creo, los cincuenta y picos años.
Se sentaron delante de mí. Él seguía con la misma cara de besugo y se levantó para encender la televisión. Ella era guapa, alta, vestía con blusa negra, una falda de cuero marrón y zapatos de tacón. Se conservaba bastante bien para tener, eso creo, los cincuenta y picos años.
-
¿Qué nos vas a enseñar? –me
guiñó un ojo.
El guiño fue como un disparo en la mano porque se me cayó el maletín al suelo y se desparramó todo el material por el suelo.
El guiño fue como un disparo en la mano porque se me cayó el maletín al suelo y se desparramó todo el material por el suelo.
-
Perdón –supliqué mientras cogía las pollas de plástico del suelo y las
ponía encima de la mesa- pues… le voy a enseñar un mundo de fantasías.
-
Pues a mí no me vendes una polla de esas que han tocado el suelo –dijo
el marido sin quitar la vista de la tele.
-
Por favor. Este género está aquí para tocar y el pedido se lo mandaría
en un par de días.-contesté con educación.
-
Y ¿Tú? ¿También estás para tocar? – la mujer me volvió a guiñar el
ojo.
Una vez
más, el guiño se convirtió en un proyectil y tiré una enorme polla de color azul.
-
Joder, cariño… no pongas nervioso al chaval. Compra lo que quieras y
que se vaya a la puta calle.
La
mujer empezó a reír mientras su mirada me avisaba que me podría desintegrar
cuando ella quisiera. Después de colocar
todo el género encima de una mesa de cristal negro, expliqué uno a uno mis
productos.
-
¿Qué es esto? –preguntó el marido.
-
Eso son unas bolas chinas.-contesté evitando la mirada de la señora.
-
¿Unas bolas chinas? –preguntó con sarcasmos- joder con los chinos
están en todas las putas partes. Nos quitan los bares, nos roban el dinero y se
meten en el coño de nuestras mujeres.
El
hombre empezó a reír como si el chiste fuera candidato a un óscar mientras la
mujer le observaba con desdén.
-
En verdad –se las quité de las mano- son un instrumento muy bueno para
fortalecer la vagina y, con el tiempo, dar placer.
-
He oído hablar sobre ellas. –dijo la mujer mientras cruzaba las
piernas y sus ojos buscaban los míos.
Les
expliqué que mientras en nuestro país nos ponen los pendientes, a las niñas
coreanas se las introducen desde pequeñas. Les hablé de uso y cómo pueden tener
el máximo placer.
-
¿Tú qué dices, mi amor? –le preguntó mientras jugaba con las bolas.
Volvió a cruzar las piernas.
-
Lo que tú quieras.-le contestó sin dejar mirar la tele.
Después
de media hora de ilustración sobre el género, vendí dos pollas de colores, dos
botes de cremas, un vibrador dedo, un
masturbador de mano azul y, por supuesto, las bolas chinas.
-
Ha sido un placer conocerles y si necesitan algo más, ya saben donde
estoy.- le di una tarjeta a la mujer.
-
Gracias, cielo –medio dos besos.
-
Hasta luego –grité desde la puerta al marido que seguía sentado en el
sofá de leopardo.
-
Espero verte pronto.- la mujer me volvió a guiñar un ojo.
Dentro
del ascensor, con cara de satisfacción, me miré en el espejo y me arreglé la
corbata. La puerta del ascensor se abrió y volví a cruzarme con las señoras de
la tercera edad que, cargadas de bolsa con la compra, nos volvimos a saludar
educadamente. En la calle, el viento soplaba con cierta fuerza y, mientras
caminaba, maduré en lo que me puede llegar a excitar que una mujer me guiñe el
ojo.
Comentarios